¿Qué pasaría si supiéramos que la danza nos acerca a Dios? A veces, los milagros suceden tan cerca nuestro que no los vemos. Para comprender las bendiciones que significan todas y cada una de nuestras experiencias, es necesario haber recibido la gracia de la FE: una certeza interior, clara e incuestionable, que nos brinda paz en todo momento porque ya hemos aceptado que somos parte del Plan de Dios. "Él, mejor que nadie, sabe lo que es bueno para nosotros: Fiat Voluntas Tua (Que sea tu voluntad)" Lucas Garcilazo.
Considerando la dimensión espiritual de la danza, y con la intención de iluminar el camino que dará nueva vida a nuestro arte, tuvimos el placer de conversar con Lucas Garcilazo, bailarín, docente, coreógrafo y gestor cultural, actualmente consagrado como seminarista castrense, quien descubrió que la búsqueda de su identidad espiritual, era en realidad la búsqueda de su encuentro personal con Dios: "Comprendí que el artista en acción que habita en mí, era el reflejo de un chispazo de Dios en mi espíritu, apenas una mínima partícula de luz en mi corazón, que me motivaba a la búsqueda incesante de mi Creador. Un reencuentro que sólo se satisfacía en el momento en que bailaba y me desvanecía en el escenario, para dar espacio al mensaje de la belleza de Dios. La música acariciaba mi alma sin pedir permiso y todo brotaba para ser compartido, en ese instante".
En esta entrevista, Lucas nos cuenta acerca de sus experiencias como bailarín y co-fundador de una de las compañías argentinas de danza más importantes, el Ballet Contemporáneo del Chaco, para integrar luego sus vivencias en el sendero que actualmente lo convoca, invitándonos así, a comprender de manera tan concreta como profunda, el vínculo inherente y por sobre todas las cosas, necesario, entre la danza y la espiritualidad.
AGV: -¿Cómo y cuándo nace el Ballet Contemporáneo del Chaco?
LG: Hay dos fechas. Una, cuando la creamos mentalmente junto a Mariela (Alarcón) en el 2001, que fue cuando empezamos a gestar esa idea y escribir sobre cómo nos gustaría que fuera. Charlamos mucho, definimos parámetros y soñamos con lugares. Al mismo tiempo, comenzamos a dar cursos de danza contemporánea y clásica en Chaco, delineando lo que nosotros queríamos y, a futuro, pediríamos en una audición. Esto se concretó en junio de 2009 por resolución del Instituto de Cultura, con el propósito de difundir el arte de la danza en sus distintas técnicas, transmitiendo el acervo cultural de la provincia, conviviendo, asimismo, con las distintas expresiones y universos creativos. El Ballet Contemporáneo del Chaco se ha convertido en embajador cultural a través de giras por la provincia, el resto del país y fuera de él, generando ámbitos de expresión, formación del lenguaje e intercambios permanentes entre artistas y los diversos públicos. Actualmente, a 14 años de su creación, el Ballet tiene sede en La Casa de las Culturas, en la ciudad de Resistencia, Chaco.
AGV: ¿Qué aspectos destacarías sobre el desarrollo de las actividades del Ballet y por qué?
LG: Abordando temáticas diversas y comprometidas, siempre se intentó que, además del desempeño técnico propio del lenguaje de la danza contemporánea, se desarrollara lo espiritual: una vinculación entre el artista con la obra y el diálogo con el espectador. Se buscó que el artista se apropiara de la obra, siendo él o ella, dueño de sus historias y su lenguaje: un hacerse piel del universo espiritual de la obra, profundizando siempre el desarrollo de esa sensibilidad en los intérpretes. Esto generó un sello muy personal del BCC. A su vez, tenía características de un Ballet de autor, pero el autor era el propio ballet, el singular sello personal del BCC, con jóvenes promesas artísticas, y hoy ya afianzados profesionales-artistas del medio de la danza. Un orgullo para la región y el país. Las temáticas abordadas eran muy comprometidas: desde Malvinas, los desaparecidos, matanza de Napalpí, cosmovisión de pueblos originarios (Quom y Wichi), violencia de género, además de las plásticas obras con estéticas vanguardistas, propuestas de instalaciones e intervenciones usando tecnologías de mapeo y demás artes visuales; muchas veces con música en vivo, fusionando estilos y trabajando en equipo con otras áreas artísticas.
AGV: ¿Cuál es tu mirada acerca de la danza contemporánea en Argentina, actualmente?
LG: No hay que olvidar que venimos de una pandemia que hizo mucho daño a la sociedad en todas sus dimensiones: sociales, afectivas, culturales y espirituales. Es una respuesta compleja, dada la peculiaridad de este lenguaje, a esta altura de las circunstancias y considerando las temáticas que se viven en este preciso momento, y en este mismo país, que no es poca cosa (risas). Es innegable que la búsqueda y el dialogo están: algunas veces muy innovadores y otras, más tradicionalistas. Hay para todos. Pero en mi humilde opinión, creo que también hay una confusión, un río muy revuelto. En la búsqueda del lenguaje propio, personal, entraron en sintonía con “el vale todo” y “todo es relativo”: se busca la forma o pérdida de ella, pero sin contenido, sin espíritu. El diálogo tiene que estar primero, con el mensaje. Todo artista es tal porque su alma tiene algo que decir, que gritar al mundo: enojo, furia, amor, esperanza o solamente un silencio. Pero tiene que estar esa intención al dialogo, sino, es simplemente tan efímero como el mismo movimiento que se produce y se desvanece al terminar. Es cierto que los limites en el mundo del arte están para ser corridos, pero con un propósito, no sólo "porque sí". Hay que volver a conectar con la sensibilidad espiritual de cada uno, lo cual lleva dedicación y tiempo; no sucede de un minuto a otro. Hay elaboraciones que tienen que madurar y eso es parte del proceso artístico-humano. Es importante conectarse, dialogar y no perder la fe, la esperanza y el amor, para con uno mismo, con los demás y con el arte.
AGV: ¿En qué momento sentiste la necesidad de realizar un cambio de rumbo en tu vida y cómo fue esta experiencia?
LG: En realidad fue un resurgir de algo que estuvo latente en mí desde pequeño; un llamado ante el cual, por diversas situaciones, siempre me hacía el distraído. Acallé la voz de mi espíritu y canalicé eso a través del arte. Pero… de Dios nadie se escapa (risas). Un día me vi rodeado de todos mis objetivos cumplidos y me di cuenta de que por ahí no venían la felicidad y la paz de mi alma. Empezaron a tener más sentido los viejos refranes y las charlas con los mayores. Empecé a retornar a mis orígenes religiosos, vi una Biblia y pensé ¡hay que leerla! Leí tantas pavadas y cosas por obligación que ¿por qué no leer un libro que es el mensaje de Dios? En fin, empecé a interiorizarme y a empaparme más del tema. Averigüé sobre distintas órdenes religiosas, sobre monasterios, vidas de Santos y Santas católicos. Me sentí identificado con algunos de ellos en cuanto al movimiento de sus almas, sus inquietudes. Entonces empecé a acallar las voces de mi cabeza y a escuchar el silencio, y de ahí empezó a surgir una voz que se escuchaba a lo lejos y que se acercaba cada vez más. Más silencio mental y más fuerte retumbaba, en mi vientre y en mi pecho, esa voz: era una voz firme, segura, con mucha autoridad, pero al mismo tiempo con mucha paz, ternura y amor. Es muy difícil describirlo, ponerle palabras a lo que hoy entiendo por mi llamado vocacional. Pero con tan sólo 37 años, la gran pregunta a todos mis miedos era: ¿y por qué no? ¿qué me detiene? (para ser sacerdote). Desde ya que era un paso de fe: creer ciegamente. No como Tomás en el evangelio, que primero quiso tocar y ver las heridas de Jesucristo. Esto era un salto a lo que veía como un vacío. Empezaba a dialogar conmigo mismo y con Dios, con Jesús y con el Espíritu Santo. Me entregaba por las noches, al dormir, al cuidado de la Madre Virgen María. Meditaba en la paternidad de San José y en su relación con ese Jesús pequeño. Rezaba el rosario mientras hacía la fila esperando a pagar algún impuesto. Entonces se me pasaba el rato más fluido. En los viajes largos rezaba en mi interior y tenía grandes charlas y debates con Dios. Amplié mi mundo espiritual de una manera inimaginable. Ya nunca más sentí la soledad vacía. Era una soledad habitada. Todo se tornó con la mirada de Jesús; empezaba a descontaminarme, a sacar los vicios y el doble sentido, a aprender a escuchar, y a ver a las personas y al mundo que me rodea tal cual es. Entonces comprendí que el llamado era claro en mí y empecé a averiguar qué tenia que hacer, y a dónde ir. Ahí empezó mi gran aventura con la Santísima Trinidad.
AGV: Considerando tus propias vivencias ¿Cómo describirías el vínculo existente entre la danza y la espiritualidad?
LG: El vínculo es sumamente íntimo, personal. Son dos fuerzas que se atraen y al mismo tiempo, se tensan. Hay orgullo y sumisión. Es la complejidad del mundo interior del artista. La danza, el arte supeditado por el artista y su espíritu, o el espíritu motor y creador del arte y el movimiento de la danza. La danza se somete al espíritu, o al revés. Desde ya que no se puede meter a todos en la misma bolsa. Creo que en la actualidad no está sucediendo este nivel de compromiso, pero también, porque no es lo que la gente quiere ver. En la actualidad duelen, lastiman y molestan los planteos introspectivos.
AGV: ¿Creés que sería posible establecer un puente entre la danza y la espiritualidad? ¿De qué manera?
LG: Creo que es necesario que haya un puente entre ellas. Hoy en día se vive con una cierta espiritualidad a la carta, como un menú de comidas donde elijo qué sí y qué no. Ahí se pierde algo fundamental: el COMPROMISO absoluto. Nadie quiere sumergirse al punto de comprometerse, porque eso hace que te expongas. Y acaso el artista (el ser humano) ¿no se expone todo el tiempo? ¡Pero claro! Eso te pone en riesgo de que sufras, de que te lastimen, de quedar herido. Entonces, se pierden la esperanza y la fe. Hay que arriesgarse para ganar, es un salto de fe, y ella te lleva a la entrega, y la misma se hace con amor. Sin amor no hay nada. Entonces, no importará el resultado porque no hay nada que reprochar: tú diste todo, lo diste con el espíritu. El amor, la fe y la esperanza se entrelazan y hacen el puente por donde todos cruzaremos (o sólo aquellos que nos animemos), tanto el artista, el espectador y el ser humano en general.
AGV: ¿Qué entendés por comunicar a través de la danza?
LG: El artista, el ser humano, debe tener un mensaje para dar o sólo una actitud, un silencio. Todo acto -o no acto- tiene una carga comunicativa. Hay un grito en el pecho de cada artista listo a salir; la cuestión es cuándo saldrá, cuándo se animará a hacerlo. Porque el momento, como en la vida misma, también es importante. Ejemplos de esto, los vemos en obras de Kabuki, del Teatro Noh, o en obras conceptuales que respondieron a las necesidades de la época, incluso en obras más expresionistas con artistas que hoy siguen siendo faros de luz en este mar agitado de la vida, en esta hoguera de vanidades: Isadora Duncan, Nijinsky, etc... Hay que entender que, desde los principios de la humanidad, el hombre buscó comunicarse, tanto con su prójimo (próximo) como con su Dios, y no es casual que haya elegido el lenguaje de la danza para esto último. Danzas de alegría, de festejos y victorias, danzas fúnebres, danzas que estaban cargadas del espíritu de esas culturas, de esas generaciones de hombres y mujeres que son nuestra herencia cultural, sanguínea y espiritual. Con el tiempo fue tomando otras formas, como ritos, estáticos a la vista del hombre pero con un dinamismo espiritual, un diálogo entre el hombre y su Dios, a veces en una intimidad tan profunda que ha llegado a transes, levitaciones y demás actos sobrenaturales que pocos los han vivido, y otros, fueron sus testigos. Hoy más que nunca, el ser humano-artista necesita de este diálogo con su espíritu y con el mundo. La danza es uno de los tantos lenguajes que hemos aprendido a hablar. Usémoslo, antes de que la intolerancia, la indiferencia y la falta de amor al prójimo nos cubran con el silencio, el miedo y la guerra. En la Biblia (la profecía por excelencia), la Danza se usa para expresar la alegría y la alabanza al Señor (2 Samuel 6:14, Salmos 149:3 y 150:4, Jeremías 31:4-13). Hasta Nietzsche decía: "Sólo creería en un Dios que supiera bailar" (un dios que habla con el hombre en su cotidianeidad). Mi consejo es nunca perder la fe, la esperanza y el amor.-
Lucas Garcilazo fue integrante del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín y Bailarín del Ballet Estable del Teatro Colón. Trabajó en Compañías de España, Italia y Alemania, desempeñando roles de Solista y Primer Bailarín. Practicó Artes Marciales. Es Co-Fundador, Director y Coreógrafo del Ballet Contemporáneo del Chaco (BCC). Es egresado del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. Cursó Tecnicatura en Organización y Eventos, Licenciatura en Gestión y Desarrollo Cultural, y Sagrada Teología. Actualmente es Seminarista del Obispado Diocesano Castrense.