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Libertad

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Por Ana González Vañek

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"¡Bailemos, bailemos! Sino, estamos perdidos"

Pina Bausch



Quizás sea esta cita de nuestra inolvidable Pina Bausch, la más apropiada para describir el sendero del autoconocimiento, a través del cual, únicamente la experiencia de la danza que nace de nuestra verdad más profunda, es capaz de guiarnos como una lámpara encendida.


Acceder a nuestra verdad, única e individual, pues reside en los pactos del alma, no es tarea fácil ya que conlleva el necesario e ineludible compromiso con un trabajo personal capaz de identificar, reconocer, aceptar y finalmente separar aquello que nos es propio, de lo que nos ha sido impuesto.


Únicamente un ser humano que ha sido capaz de liberarse a sí mismo, atravesando los múltiples velos e ilusiones que reproducen nuestras sociedades, será capaz de liberar a los demás. ¿Qué otra misión podría ser más necesaria, hoy en día, para manifestarse efectivamente en el mundo, a través de nuestra danza? ¿Qué otra misión podría ser más elevada, hoy en día, que aquella que aspira a la posibilidad de cocrear sociedades arraigadas en la esencia de nuestra genuina libertad?


La danza, entendida como práctica social y espiritual, y experimentada con autenticidad, nos lleva, indefectiblemente, a la exploración profunda de nuestras emociones, pensamientos, sensaciones y percepciones, trascendiendo, en el espacio-tiempo efímero de su desenvolvimiento, todas las barreras impuestas por una forma de conocimiento del mundo lineal y finita -ligada al auge del pensamiento intelectual- funcional a un sistema de dominación que durante milenios impidió la evolución espiritual y sensible del ser humano.


Por el contrario, la experiencia del cuerpo en la danza, infinita y eterna, invita a una comprensión amorosa de uno mismo, de los otros y del entorno, siendo la empatía, el motor de la acción, la flexibilidad, la forma del pensamiento y la intuición, por siglos subestimada y alienada, nuestra única referencia. De aquí, la importancia de ser amables con nuestro cuerpo, el templo del espíritu, a través de lenguajes que nos dignifiquen y eleven, reflejando en ellos, la belleza y el amor que somos. Isadora Duncan expresaba algo parecido, al decir que el cuerpo de una bailarina, debería ser la manifestación luminosa de su alma.

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